091
Por Enrique Novi.
En la historia del rock granadino 091 ocupan un puesto central alrededor del cual gravita todo lo demás, lo que había pasado antes de ellos y todo lo que vendría después. Otros grupos y artistas de aquí alcanzaron unos números en ventas muy superiores a los suyos, antes que ellos el mismo Miguel Ríos o Los Ángeles, y al mismo tiempo que 091, sus coetáneos La Guardia, lograron mayor impacto en las listas de éxitos. Otros conseguirían posteriormente una repercusión a nivel nacional superior a la suya, como es el caso de Los Planetas, considerados como el grupo que abanderó el reinado de la música independiente, o incluso Lori Meyers, que han encabezado el cartel de importantes festivales por toda España cobrando unos suculentos cachés a los que 091 nunca pudo aspirar. Pero lo cierto es que sin ellos la historia del rock granadino no sería la misma, ni la merecida fama de Granada como fértil e inagotable semillero de buenas bandas de rock habría llagado a consolidarse. Musicalmente el ascendente de 091 sobre el resto de grupos es indiscutible, y la consideración de José Ignacio Lapido como el más respetado y admirado autor de canciones aún más, pero más allá de lo artístico, la huella dejada por el camino que el grupo abrió a los demás abarcó otros aspectos relacionados con la industria musical, los equipamientos en luces y sonido, los procesos de grabación e incluso los modos en cuanto a representación y promoción artística, que de su mano vivieron una evolución hacia la profesionalización de la que todos los que llegaron después de ellos se aprovecharon.
La historia comenzó nada más estrenarse los ochenta con un grupo que sería seminal en el transcurso del rock granadino, Al-Dar, a pesar de que en vida solo publicó el single Somos Nuevos en 1981. En Al-Dar militaban Tacho González como batería y José Ignacio Lapido como guitarrista, pero también otros miembros que posteriormente formarían Magic, grupo más escorado hacia el rock duro que fue durante los primeros años de la década el más reputado de la ciudad junto a TNT y los propios Cero, y sobre todo Javier Lapido, una figura que en la sombra iba a jugar un papel muy importante en la trayectoria de 091 durante los próximos años. Disueltos Al-Dar, Tacho y José Ignacio se disponen a reclutar músicos para completar la primera formación de 091. Se da la circunstancia de que por entonces TNT, el grupo de mayor proyección a nivel nacional en ese momento, se encuentra en dique seco por culpa de la dichosa mili que les había arrebatado a su fundador y principal impulsor Ángel Doblas. José Antonio García, conocido como El Pitos por su agudo registro vocal, cantante de TNT, acepta formar parte de 091 temporalmente, hasta la vuelta de Doblas, mientras que Jesús Arias, guitarrista de TNT, sugiere a su propio hermano para ocuparse del bajo. Un jovencísimo Antonio Arias se revela como el dotado e imaginativo bajista que necesitaban para completar la formación. Pocas semanas más tarde José Antonio comunica a sus ex compañeros que su paso por los Cero será permanente, lo que desencadenó que TNT entrara en el estudio a grabar su primer álbum sin cantante, y que fuera Jesús Arias el que por razones sobrevenidas ejerciera de vocalista, además de hacerlo como guitarrista.
Ese cuarteto es el que se reúne en el ensayo de Las Cuevas, un laberíntico conjunto de socavones al pie de la antigua carretera de Murcia donde conviven los grupos de la ciudad, y donde se mezcla una variopinta fauna de bandas de todo pelaje, heavies, punkies, algún popero y varios grupos de pachanga, de los que amenizan los bailes de las ferias de los pueblos. Corría el año 1982, el grupo hace los madriles tocando por primera vez ese verano en la mítica Rock-Ola, y para finales de año 091 tiene preparado su primer single para el sello independiente madrileño DRO, con Fuego en mi Oficina y Llamadas Anónimas. Durante los dos siguientes años su prestigio crece como la espuma entre el resto de la aún minúscula escena granadina. Las pocas bandas que la forman ensayan puerta con puerta y son testigos privilegiados del desarrollo de Lapido como compositor y de los propios 091 como grupo cada vez más sólido y compacto. Así llegan a 1984 alzándose con el primer premio de III concurso de pop rock Alcazaba, que se venía celebrando en Jerez desde 1982, cuando ganaron unos malagueños llamados Danza Invisible. El galardón se vivió en al ambiente musical de la ciudad con entusiasmo y cuando finalmente llegó el debut en largo del grupo, el álbum Cementerio de Automóviles (DRO, 1984) la primera piedra de la leyenda del rock granadino había sido colocada.
A pesar de la euforia, en esa época eran tantas las carencias que cualquier logro era recibido como una conquista. Apenas había salas en las que los grupos pudieran tocar, y solo la iniciativa de algunos aventureros permitía organizar un ciclo de conciertos en el pabellón cubierto del Estadio de la Juventud o en alguna plaza al aire libre. Asimismo, las empresas auxiliares eran prácticamente inexistentes, y desde los escenarios hasta los equipo de luces o de sonido, aún muy deficitarios, entraron en un proceso de profesionalización en parte gracias a que 091, y en su estela otros grupos como La Guardia a nivel comercial, y KGB o TNT, que acabarían por desaparecer a mediados de la década estrangulados por las consecutivas llamadas a filas de sus miembros, requerían una maquinaria cada vez más precisa. Lo mismo puede decirse de la proliferación de estudios de grabación, que crecía en paralelo a la explosión de bandas que surgían por entonces, y del aspecto más peliagudo del negocio, el de la representación y la promoción. De la representación de los Cero se hizo cargo Javier Lapido, que acabó creando la primera oficina de contratación. En los inicios se aprendía por el viejo método de ensayo y error, pero su dedicación y su capacidad de trabajo terminaron por dar como resultado la que fue durante mucho tiempo la promotora de conciertos más importante de Andalucía, Musiserv. Y aunque años más tarde, su repentina y trágica desaparición aceleró el retroceso de la marca, su crecimiento se debió en parte a la onda expansiva creada por el fenómeno 091, motor en muchos sentidos de la profesionalización del sector en esos años.
La segunda de las cuestiones, la promoción, fue la causante de que el grupo rompiera con su primera compañía, que no terminaba de apostar por ellos, y firmara un nuevo contrato con Zafiro, con quien publicaría sus siguientes cuatro trabajos. El primero de ellos, el álbum Más de Cien Lobos (Zafiro, 1986) supuso todo un acontecimiento no solo en Granada sino en toda la escena nacional, fundamentalmente por la producción que corrió a cargo del líder de The Clash, Joe Strummer. The Clash no solo eran una banda de referencia del rock granadino, probablemente la más reputada de las surgidas del movimiento punk, sino que el propio Strummer sentía un vínculo especial con la ciudad, como quedó patente en algunos de los temas del grupo londinense. Y aunque alguno haya hecho de su encuentro con él, el centro de sus veleidades, lo cierto es que su presencia en los bares musicales de entonces, El Silbar y La Cúpula, fue otro hito del rock granadino. Tras la publicación del disco, en 1987 vino el primer cisma dentro del grupo. Antonio Arias, que solo había logrado colocar un tema propio, anunció su marcha, decepcionado por el dominio de Lapido en las composiciones.
El puesto de Arias es ocupado entonces por Ángel Doblas, fundador de TNT, cerrando así el círculo de idas y venidas que siempre mantuvieron ambas bandas. El directo del grupo no solo no se resiente sino que por primera vez realizan una gira fuera de España en territorio francés, un hecho que repetirán por partida doble al año siguiente. Por entonces 091 goza de una merecida fama como grupo de directo, donde desarrollaban una fuerza y una intensidad que por distintos motivos, probablemente las producciones tan afectadas que se hacían en los ochenta, no lograron plasmar en disco. El de ese año Debajo de las Piedras (Zafiro, 1988), contó con la colaboración de Manuel España y de Freedy Flores, aunque el salto definitivo llegaría cuando, de nuevo con Antonio Arias en la formación, viera la luz 12 Canciones sin Piedad (Zafiro, 1989). El disco fue designado por la crítica como uno de los mejores del año, y poco después se coló entre los mejores de la década de los ochenta. Efectivamente fue el primer gran disco del grupo, en el que las canciones -las mejores que habían facturado hasta entonces, con Lapido en su mejor momento como autor- y la producción jugaban la una a favor de las otras. El himno Qué Fue del siglo XX se convirtió en el mayor éxito del grupo hasta el momento. Aunque como la dicha nunca es completa, tras su grabación Antonio Arias vuelve a abandonar en su punto culminante, esta vez definitivamente, para embarcarse en su aventura al frente de Lagartija Nick.
El excelente recibimiento, tanto por parte del público como de la crítica de 12 Canciones sin Piedad, se vería superado por el siguiente álbum, El Baile de la Desesperación (Zafiro, 1991), en el que alcanzan la madurez, su sonido se acerca a la crudeza y la pegada que lograban en directo y por si faltaba algo, contiene el mayor éxito en listas de su historia, la rotunda La Vida Que Mala Es. A Arias lo sustituye en el bajo Pacoco Cabello, pero oficialmente los Cero se presentan como trío; el resto de participantes, incluido Chris Wilson, leyenda del rock californiano como miembro de los Flamin' Groovies, aparecen como colaboradores. En el punto álgido de su carrera, y finalizado el contrato con Zafiro, 091 firma con la multinacional Polygram y reestructura su formación. Entran a formar parte del grupo oficialmente Jacinto Ríos al bajo y Víctor Lapido a la segunda guitarra (ambos habían sido parte del grupo Los Ruidos), estrenándose así los Cero como quinteto. En estas circunstancias publican Tormentas Imaginarias (Polygram, 1993) pero cuando todo parece de cara, e incluso el disco supera en ventas a cualquiera de los anteriores, tal vez por no contener ningún hit inmediato como sus predecesores, el grupo entra en una cierta depresión motivada por las expectativas no cumplidas de la compañía.
Esta nueva decepción con el mundo discográfico motiva que para su siguiente álbum, que será el último de estudio de la banda, se decanten por la autoedición a través de la local Big Bang. Todo lo que Vendrá Después (Big Bang, 1995), con su premonitorio título, supone el canto del cisne de 091. Las cumbres como letrista de José Ignacio Lapido, el sonido áspero e inequívocamente rockero del que para muchos es el mejor disco del grupo, y una producción a su altura, no consiguen evitar que el desencanto se instale en sus miembros, que durante la gira de presentación del álbum, en enero de 1996, anuncian su disolución con la finalización de ese tour. Así, el 16 y el 17 de mayo de ese mismo año, actúan durante dos noches consecutivas en el Anfiteatro de Maracena. El repertorio interpretado entonces saldrá en un doble álbum llamado El Último Concierto (Big Bang, 1996). Durante estos años Lapido ha continuado una carrera en solitario a la altura de su prestigio como intérprete y autor, un irregular José Antonio García ha hecho varios intentos con diversos proyectos (Guerrero García, Sin Perdón, Mezcal o últimamente asociado con El hombre Garabato) sin la repercusión de los Cero, mientras que Tacho se ha centrado en su carrera como guionista y esporádicamente ha desentumecido sus muñecas tocando con Mama Baker. Por su parte, Jacinto Ríos se dedicó a su carrera en el mundo audiovisual y Víctor Lapido ha formado parte de algunos de los más importantes grupos del rock de la ciudad, Lagartija Nick, Grupo de Expertos Solynieve, etc.