Con Russian Red y Anni B Sweet, Alondra Bentley formó el triángulo mágico de jóvenes cantautoras-españolas-que-cantan-en-inglés, surgido a finales de la pasada década y que ha dejado una fértil secuela de indie-folk intimista tras esos tres nombres. Seguramente deberían ser algunos más, como el de la gallega Jane Boyd, con la que Alondra comparte el hecho de haberse dado a conocer a través de su participación en el Proyecto Demo, el concurso para jóvenes talentos que promueve Radio 3 y el Festival Internacional de Benicàssim, en cuya edición de 2008 alcanzaría las semifinales junto a sus paisanos de Klaus & Kinski.

Hija de padre español y madre inglesa, Alondra nació en Lancaster aunque a los cuatro años se traslada con su familia a Murcia. Su voz clara y delicada le ha hecho merecedora de comparaciones con grandes cantantes del folk internacional, desde Vashti Bunyan a Karen Dalton o Joni Mitchel, aunque también hay quien encuentra en su música precedentes nacionales como los de Aroah o Ainara Legardon.

Debutó con “Ashfield Avenue” (Absolute Beginners Records, 2009), un disco de arreglos delicados que toma su nombre de la calle donde pasó su primera infancia, y que dedicó a su madre, fallecida poco tiempo antes. Su siguiente paso sería una juguetona colección de canciones bajo el elocuente título de “Alondra Bentley Sings for Children, It’s Holydays”, donde daba rienda suelta a su fascinación por el mágico mundo de los cuentos infantiles, que entregó casi al mismo tiempo que “The Garden Room” (Gran Derby Records, 2012), otra excelente selección de temas, tal vez más luminosos que sus predecesores, que contaba con unos arreglos preciosistas detrás de los cuales se encontraba la mano de Josh Rouse, otro nativo de habla inglesa que optó por instalarse junto al Mediterráneo.

Ahora vuelve con un nuevo álbum que publicó el pasado otoño, “Resolutions”, producido por Matthew E. White, y con el persiste en el tono pastoral, casi bucólico de unas canciones que en sus manos y en su voz se cocinan a fuego lento.