La música de Julián transmuta los restos de deformidad, desesperación y asco en formas de canciones quiméricas y frenéticas, repletas de dioses ratas, perros diabólicos, pueblos fantasmas y basiliscos de dólar verde. Con el celo de un surrealista, rehace sónicamente lo grotesco y lo horripilante. 

Reflejado en sus últimos trabajos “Cuando tengo fiebre veo la cabeza de un leopardo magnífico” o “La Fiesta de la Transmigración”. 

“Chak Chak Chak Chak”, su noveno álbum, una ración estrepitosa y absurda de psicodelia post-cumbia y mezcla febril de guitarras angulares.