Allá por los años sesenta, a Bob Dylan le dio por electrificar sus canciones y no tirar exclusivamente de la guitarra acústica. Algunos le tildaron de traidor, pero él nunca ha sido mucho de amilanarse, prosiguió en su empeño y poco después empezó a hablarse de folk-rock, primero en los Estados Unidos y después en el resto del mundo. Y por supuesto, surgieron émulos por todas las esquinas, descendientes que llegan hasta el siglo XXI y entre los que se encuentran los londinenses Mumford & Sons.

Marcus Mumford, un cantante que además toca casi de todo, se unió en 2007 a los también multiinstrumentistas Ben Lovett, Winston Marshall y Ted Dwane para formar una banda que desde luego no tenía raíces muy británicas. Seguramente por eso, su primer álbum, ‘Sigh no more’, lanzado en 2010, tuvo más éxito en Norteamérica que en su país de origen.

En realidad, Mumford & Sons se han movido siempre a los dos lados del Atlántico, aunque también es verdad que con el paso del tiempo han ido adquiriendo fama, popularidad y ventas en países como Australia o Nueva Zelanda. Sin embargo, en Inglaterra, pese a ser el país del pop por excelencia, han tenido desde el principio un hueco y han corroborado su éxito con actuaciones en festivales de prestigio, como el de Glastonbury.

Su discografía consta de cuatro álbumes, el último de ellos titulado ‘Delta’ y publicado en 2018 por Island Records. Un disco en el que por lo demás reinciden en algo que ya hicieron antes: apostar algo más por el rock tradicional (de raíces americanas, eso sí) en detrimento de instrumentos más tradicionales como el banjo, que sigue presente pero de forma más sutil.

‘Delta’ viene a ser una forma de decirle a su público (al de siempre y al que han ganado por el camino) que tampoco es un grupo que se mueva en una sola dirección, que tiene sus referentes, como todos, pero que es capaz de evolucionar y no aferrarse siempre a lo mismo.