Tindersticks

Comenzaron en 1991 cuando se reunieron Nottingham, Stuart Staples, Dickon James, Neil Timothy Fraser, David Leonard, Alasdair Robert y Mark Andrew, todos ellos cosecha de los sesenta, y puede -es un suponer- que alrededor de alguna canción de los Walter Brothers, Leonard Cohen o el Elvis de ‘Suspicious Mind’, por aquello de decir “yo de mayor quiero ser como ellos”, algo muy evidente.

Los dos primeros discos fueron editados sin complicaciones bautismales: ‘Tindersticks I’ (1993) y ‘Tindersticks II’ (1995), resumiendo ya perfectamente los parámetros que llegan hasta hoy: pop elegante, grave, ambiental, con aliños de jazz y soul, pretensiones orquestales y propensión casi patológica a la emociones otoñales.

Situémonos: estamos hablando de la época del triunfo del trip-hop (Massive Attack, Tricky y Portishead) y el brit-pop (Suede, James, Blur y Pulp, OCS…) para encajar el oscuro introspeccionismo barítono de Thindersticks, tan raros que el Melody Maker los nombró como discos del año, sin duda por ir a contracorriente. Durante esta época se hacían acompañar por cuerda y si el presupuesto daba para ello una orquesta completa, como dejaron constancia en el directo: ‘The Bloomsbury Theatre’, de 1995.

En ‘No treasure but hope’, su disco de 2019, aparecen unos Tindersticks en la era de madurez que abrió ‘The hungry saw’ (2008). Un disco rico en calidez intuitiva, exuberantes melodías y espíritu crítico, fresco y que subraya las cualidades esenciales.

La historia reciente de la banda es una reconstrucción gradual desde la ruptura del año 2003 tras su disco 'Waiting for the Moon' hasta evolucionar de nuevo a una banda con cinco componentes compuesta por David Boulter, Neil Fraser, Earl Harvin, Dan McKinna y Stuart A.Staples.