El más famoso músico surgido del estado de New Jersey (nacido en 1949 en la localidad de Freehold) empezó como otros muchos chicos que aspiraban a ser estrellas del rock and roll: pateándose locales de tercera categoría con bandas de medio pelo. En esos años de supervivencia  tuvo la suerte -él así lo reconoce- de que uno de esos grupos acompañara al pionero Chuck Berry en algún que otro concierto.

Su suerte cambió a principios de los años setenta, cuando la compañía CBS intentó lanzarlo al estrellato como un nuevo Bob Dylan. Y si bien es cierto que algunas de sus primeras composiciones remitían al bardo de Minesota, su sonido también se nutría de ecos del rhythm and blues y del rock clásico. Al frente de la E Street Band, seguramente los mejores músicos que pudo haber encontrado, luchó con denuedo -y con buen armamento, plasmado en discos como ‘Born to run’ o ‘Darkness on the edge of town’- hasta que ya en los ochenta, con la que sin duda ha sido su obra más vendida y más popular, ‘Born in the USA’, se convirtió en una estrella mundial.

A partir de ahí, su carrera se ha mantenido en el carril del rock de guitarras pero Springsteen también se ha permitido el lujo de transitar caminos bien diferentes. Lo hizo en ‘The ghost of Tom Joad’, intimista y claramente influido por la obra cumbre del escritor John Steinbeck, ‘Las uvas de la ira’, y lo volvió a hacer con ‘We shall overcome’, un homenaje al cantautor Pete Seeger.

Pasada ya la barrera de los setenta, el músico al que llaman ‘The Boss’ sigue haciendo conciertos maratonianos al mando de una banda donde ya no están por desgracia compañeros de antaño, como el fallecido saxofonista Clarence Clemons, pero a la que no le faltan elementos de gran altura. Steve Van Zandt y Nils Lofgren siguen siendo sus guitarristas-escuderos, mientras que Roy Bittan continúa aportando su sutil toque de piano y Max Weinberg, su poderoso toque de batería. Vientos, coros y hasta violines han arropado al artista de voz rasposa en sus últimas giras.