Hablar de Joaquín Cortés es hacerlo de un niño prodigio que no se quedó, afortunadamente, en eso. En vez de convertirse en uno de tantos juguetes rotos, este bailarín y coreógrafo, nacido en Córdoba y criado en Madrid, ha ido incrementando su fama con el paso de los años.

Algunos recuerdan su paso como bailarín figurante en programas musicales de los ochenta. Pero su ambición iba mucho más allá de eso. En 1983, cuando sólo tenía 14 años, ya estaba en el Ballet Nacional de España. Y a los 16 ya era solista y había actuado en templos como el Metropolitan Opera House de Nueva York.

En 1992 decidió volar solo y desde entonces ha estado al frente de numerosos espectáculos, Comenzó con el musical Cibayí y continuó con Pasión Gitana, con el que reivindicaba sus raíces. Triunfó, y no es exageración decirlo, en los cinco continentes, y hasta llegó a grabar un disco en 1997, titulado ‘Gipsy Passion Band’, la banda sonora de ese recital, en el que tocaba la percusión.

A esas alturas ya era una figura de talla mundial y siguió siéndolo cuando comenzó el nuevo siglo. Persona inquieta, con ganas siempre de explorar nuevos caminos y no quedarse anclado, estudió danza contemporánea en Nueva York, volvió a tener un éxito masivo aquí y allá con su tercera obra, Soul, y hasta tuvo tiempo de coquetear con el cine en la película ‘Gitano’’, basada en una novela de Arturo Pérez Reverte y en la que compartía protagonismo con Laetitia Casta, Juan Diego y Pilar Bardem.

Como coreógrafo, ha colaborado con artistas como Jennifer López, ha actuado en lugares tan prestigiosos como la gala de los Premios Nobel, lo ha hecho también en la Casa Blanca para el presidente George Bush y ha compaginado todo eso con su labor creativa, que se plasmó en 2017 en su espectáculo Esencia, en el que teoriza, en clave de danza, sobre la relación entre el arte gitano, el jazz y el soul.