Mamá Ladilla

Mamá Ladilla
Mamá Ladilla

Mamá Ladilla es un grupo madrileño de punk rock con una trayectoria de más 20 años y 10 discos editados. Sus shows, llenos de energía, despliegan un repertorio en el que abundan los cambios de ritmo, juegos de palabras y un surrealismo más calculado de lo que aparenta, que pone a prueba la capacidad crítica del oyente.

Se autodenominaron como ‘el grupúsculo’ y, aunque son tres, son capaces de armar mucho ruido como para minusvalorarse así. El trío formado por Juan Abarca, Sergio González (en lugar de Javi Rojas, que ya ocupaba el sitio del socio fundador Llors Merino) y Fresno, roza ya el cuarto de siglo de existencia, y a estas alturas llevan publicados trece discos junto a un sinfín de ediciones menores y raras, y siguen sumando adeptos allá donde aparecen ya que donde van la arman.

El grupo madrileño es uno de los herederos de la tradición deslenguada del punk español, con letras humorísticas, escatológicas, surrealistas, con juegos de palabras y notable capacidad para cabrear a los bienpensantes. Su estilo se iría configurando con el tiempo, aunque el punto de partida era una especie de mezcla entre La Polla Records, Ilegales, Siniestro Total, Eskorbuto, Dead Kennedys, Toy Dolls y Metallica (ellos citan incluso influencias de los Beatles y Pink Floyd), con letras en español y con cabida para todo tipo de bromas y paridas en un entorno que han calificado de “escurridizo”, apreciación más bien eufemística que real ya que sus escritos son, más que reivindicativos, auténticos puñetazos en la mitad de la jeta sobre la vida cotidiana, o ni eso. Se ríen de todo el mundo y lo hacen en voz alta, sin pelos en la lengua, y con todo tipo de palabros o soeces rimas y trabalenguas; lo que se puede apreciar claramente viendo títulos de sus álbumes: el primero que publicaron en el 94 se titulaba ‘Directamente a la basura’, y luego vendrían hallazgos como ‘Naces, creces, te jodes y mueres’, ‘Power de mi’, ‘Analfabada’ o ‘Autoretrete’… por no seguir.  Y un grupo que es capaz de dar la noticia del siglo pasado (“¡Españoles… Chanquete ha muerto!”) merece, sino todos, algún respeto por lo menos.