Chipi La Canalla
- Chipi La Canalla / Mestizaje/Fusión
Aúnan swing, jazz, unas briznas de copla, otras de chirigota, cuarto y mitad de bolero, un poquito de sano cachondeo andaluz y unas letras que a veces sacan una sonrisa y otras tocan el corazón. La Canalla -o Chipi La Canalla, que de las dos formas se han anunciado- son una bendita anomalía, un ejemplo de heterodoxia, de fusión de estilos, de virtuosismo instrumental y de buen gusto musical.
La Canalla no serían lo que son sin Antonio Romera, un algecireño al que desde pequeño empezaron a llamar Chipirón, mote que luego devino en Chipi, y que por cierto no tiene ningún problema a la hora de dirigirse a sus interlocutores. Si son hombres los llama “canijo” y si son mujeres, “canija”. Y así se evita problemas.
Enamorado del Carnaval -fue pregonero en el de su tierra- y de músicos andaluces procedentes del jazz y el rock progresivo, como Manglis y sus Guadalquivir, Chipi es un cantante de voz peculiar, que ni es potente ni cristalina, sino tirando a nasal, pero que está modulada y resulta, a su manera, melodiosa.
Aunque empezó tocando acompañado únicamente por su guitarra o por algún otro artista local, en 2009, cuando por circunstancias estaba residiendo en Barcelona, dio con otros músicos andaluces que también andaban por allí y armó La Canalla a base de contrabajo, batería, teclados, acordeón y vientos.
‘Flores y malas hierbas’, publicado en 2010, fue su disco de debú y supuso un soplo de aire fresco que revitalizó todos los estilos mencionados. Un álbum cargado de guasa, de letras irónicas, pero también, a menudo, con carga de profundidad, y con temas deliciosos como ‘Mia Ragatza’, cuya letra es una auténtica barbaridad en todos los sentidos, poesía simpática de verdad. Y tierna a la vez.
‘Tes quiero may lof’ -canción tan magnífica como su vídeo, porque Chipi, además de un todo un personaje, es un artista polifacético que da bien en cámara- fue el banderín de enganche de su segundo disco, titulado ‘El bar nuestro de cada día’ y publicado en 2013 por la misma compañía que su predecesor, La mar sonora. A esas alturas, La Canalla había dejado claro que podía ser un grupo gracioso pero que también ofertaba mucho más, no corría peligro de convertirse en autoparódico ni de provocar vergüenza ajena.
Además, Chipi fue haciendo buenos amigos y mejores músicos por el camino y cuando salió su tercer elepé -Amor en crisis, en 2017, en la citada discográfica- ya era un músico reputado y con la agenda llena de artistas que querían colaborar con él. Lo hicieron, entre otros, Pasión Vega o Pastora Soler. La formación se hizo fija en festivales de jazz en Madrid, Sevilla o Huelva y hasta cruzó el charco para tocar en Estados Unidos, en concreto en Austin y Chicago.
El directo sigue siendo su punto fuerte después de tantos años. Ya sea con sus habituales compañeros de viaje –hora es ya de decirlo: Javier Galiana, Julián Sánchez, José Benítez y José López- o en un formato más intimista aún, con Galiana, con quien en 2023 revisó buena parte de su cancionero y presentó algunos temas nuevos en una serie de conciertos, un espectáculo llamado ‘Tocata minuta’.
Pese a que es famoso y tal, no quiere que le llamen Antonio sino Chipi, sigue teniendo la barba igual de descuidada, ese aspecto que recuerda tanto a Phineas, el de los Freak Brothers, esa sonrisa irónica (y canalla, por supuesto) y esa costumbre de decirle “canijo” a todo el que se encuentre. Chipi es genio y figura. Y lo seguirá siendo.