Obús

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No necesitan ninguna presentación, y menos desde que Fortunato Sánchez se ha convertido en una estrella del trampolín televisivo. Obús son Obús y punto. Celebraron aniversario (a partir de 30 es de mal gusto numerarlos) hace nada, con concierto, disco y  película incluida, y se han echado de nuevo a la carretera.

El péndulo de la ley que gobierna este mundillo está de vuelta y ellos dispuestos a columpiarse de nuevo. Lejos quedan los tiempos en los que llenaban una y otra vez el Pabellón de Deportes del Real Madrid (que ya ni existe), pero, pudiendo explotar unos años más la abulia ‘rebañaorzas’, como se dice en las zonas rurales como hacen tantos otros ilustres (o no) veteranos, resulta admirable la entrega u ganas de Fortu y los suyos.

Llevan miles de conciertos entre pecho y espalda, y en su  el oficio no puede con el gusto y se lo trabajan en conciertos largos e intenso, mereciéndose los aplausos que les regala un público, sorprendentemente más joven de lo pensable a priori, que sigue a estos clásicos del rock español.  

A estas alturas no cabe duda que el humor es una parte esencial (o al menos accesoria) en los madrileños: el divertido delirio de algunas de sus letras, de muchas de sus poses, el sobreabuso de estereotipos etc, sugieren unos muy sanos niveles de autoironía y un puntillo de saludable caricatura. Por supuesto que junto con una ejecución impecable, unas facultades casi intactas (Paco Laguna es una máquina con toda la cuerda dada), y aunque Fortú ya no rompe vasos con los agudos, cuando sube te deja pitando los oídos, su esforzada puesta en escena, con sus decorados, telones, coreografías y todo. El Obús sigue estallando.

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