The Prodigy

The Prodigy
The Prodigy

The Prodigy han sido más rockeros que muchos rockeros y más punks que muchos punks, han llevado siempre la provocación por bandera y su singularidad ha residido en que que para escandalizar no han tenido que echar mano de las guitarras eléctricas, el arma arrojadiza habitual. La electrónica, ellos lo han demostrado, también puede ser muy agresiva.

Nacidos en el condado inglés de Essex en los albores de los noventa, The Prodigy, que tomaron el nombre de la marca de un teclado, tuvieron siempre como núcleo duro al dúo formado por Liam Howlett, principal compositor, y Maxim Reallity, que era la voz cantante y que compartió protagonismo en los escenarios con la que podría ser considerarse la tercera pata de la banda, un alocado showman y vocalista llamado Keith Flint, tristemente fallecido en 2019.

Pese a que su propuesta, en principio, no encajaba en los cánones comerciales de esa época, el caso es que su primer disco, ‘Experience’, llegó al número 12 de las listas británicas en el año 1992. El hardcore electrónico del grupo se ganó un hueco (casi a codazos) en la parte alta de las listas, hasta ese momento copadas por Oasis, Blur y otros paladines del brit-pop, hasta alcanzar la cima en 1997 con su tercer trabajo, ‘The fat of the land’, lanzado por XL Recording y que vendió diez millones de copias.

En directo eran ya un auténtico espectáculo. Combinaban bases pregrabadas con guitarras, bajo y batería, los instrumentos del rock por excelencia, y escupían canciones que eran puro veneno y que les llegaron a dar auténticos problemas. ‘Smack my bitch up’, single del mencionado ‘The fat of the land’, fue vetado por importantes emisoras de radio a causa de su letra -el título se puede traducir como ‘Golpea a mi zorra’- y encendió las iras de colectivos feministas. La distribuidora del disco, la multinacoinal Warner, tuvo auténticos quebraderos de cabeza y el grupo tuvo que salir a la palestra para aclarar que en realidad la expresión la utilizaban no en el sentido literal, sino para dar a entender que las cosas había que hacerlas con intensidad.

Tampoco es ningún secreto que los ritmos repetitivos, estridentes y espasmódicos de The Prodigy sonaban una y otra vez en las raves clandestinas que proliferaron por Inglaterra -y después se extendieron por lugares como Ibiza- y en las que se juntaban miles de personas con la doble intención de escuchar música y atiborrarse de pastillas. En fin, que The Prodigy, por unas cosas y por otras, siempre estuvieron en el ojo del huracán. Y no se sentían mal en ese papel.

Con el tiempo han ido dosificando sus producciones pero su música sigue siendo intensa, un punto hipnótica y por supuesto arisca. Demuestran su espíritu punk en los nombres de sus discos -‘’Invaders mut die’ (2009), ‘The day is my enemy’ (2015) o ‘No tourists’ (2018) y en su deseo de salvaguardar su independencia, lo que les ha llevado a crear su propio sello discográfico, Take me to the hospital. A lo mejor ya no escandalizan ni provocan tanto como en sus comienzos, pero siguen siendo demoledores encima de un escenario.