Belle and Sebastian

Belle and Sebastian
Belle and Sebastian

Reyes indiscutibles del llamado pop de cámara, los escoceses Belle and Sebastian llevan desde finales del siglo XX publicando discos amables, elegantes y repletos de influencias de lo más diverso. En su particular universo caben guitarras, pero también violines y vientos. Todo se supedita a la base del asunto, al esqueleto, que son las canciones, rebosantes de melodía y que transportan al oyente a paisajes bucólicos, donde casi se puede oler la hierba de la campiña Belle and Sebastian lo hacen todo muy bonito.

Su líder indiscutible es Stuart Murdoch, que de pequeño cantaba en el coro de la iglesia y posee una voz angelical en la que es difícil descubrir momentos desafinados, ni siquiera en directo. Murdoch, que también toca la guitarra y los teclados, es el responsable de la mayoría de las canciones y también de dar armonía a un grupo que en ocasiones forman hasta nueve componentes. Lo que por cierto rompe en pedazos la teoría de que Belle and Sesbastian es un dúo. Su nombre proviene de un cuento infantil protagonizado por un niño llamado Sebastian y su perro, Belle.

Prolíficos en la producción de canciones, han editado doce álbumes en estudio, tres en directo y un par de bandas sonoras en poco más de dos décadas, además de algunas colaboraciones peculiares como el disco que Murdoch hizo con algunas cantantes bajo el nombre de God help the girl. La fórmula, desde el inicial ‘Tigermilk’ (1996, Electric Honey) hasta ‘Late developers’’ (2023, Matador) no ha cambiado demasiado, aunque sus seguidores saben distinguir muchos matices.

Matices y guiños a grandes grupos y artistas del pasado. Gente como Love, Question Mark & The Mysterians, T-Rex, David Bowie, Nick Drake… No los ocultan, de hecho los exhiben con orgullo, porque tienen claro que no es malo copiar pero sí es indispensable saber a quién se copia y por qué. Y ellos eligen a gente que ha hecho cosas grandes.

Merece la pena verles en directo. A diferencia de otras bandas de música exuberante y rica en instrumentación, no recurren a la más que discutible solución de llevar música pregrabada o hacer que un sintetizador suene como una viola. Si la canción precisa el sonido de un cello, porque es lo que se grabó en el disco, allí que lo ponen. Juega a su favor el hecho de que un par de componentes de la banda son capaces de tocar todo lo que le echen, para satisfacción de un Stuart Murdoch que no es un frontman que derrame carisma pero al que se le ve a gusto en su papel de amable maestro de ceremonias y, a la vez, férreo controlador de que el conjunto suene como él quiere. Y suena muy bien, francamente.

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